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domingo, 18 de abril de 2010

La última cena

Esta Última Cena que no cesa, y en la que los criados como católicos hemos participado de chicos, mientras otros ya adultos se siguen sintiendo convidados al banquete, se le debe reconocer la maravillosa brillantez como puesta escenográfica sagrada.

Los creyentes dirán con razón que su belleza y perfección se debe a justamente al talento de su autor, que con maestría fue capaz de concebirla y al mismo tiempo interpretarla. Algo que, por supuesto, salvando las distancias sólo conozco un caso similar: Orson Welles en su Citizen Kane. Mientras los ateos, y me defino como tal, seguiremos atribuyendo esta maravillosa representación ficcional a esa valiosa capacidad que tienen los hombres cuando construyen azarosa y anónimamente algo en lo que ponen su fe.
Mi posición es un tanto soberbia, y quizás etnocentrista, pues deja de lado las manifestaciones religiosas de otras culturas que -seguramente- juzgaban el hecho sagrado que perpetraban para alcanzar la atención de sus dioses, como el mejor y más certero acto. Piénsese en los Mayas que desconyunturaban a chicos de ocho años, y luego de largas y coreográficas martirizaciones les arrancaban el corazón para brindarle energía a ese cosmos siempre hambriento. Pero salvando lo atroz del ejemplo, para ellos debió ser un momento cargado de una emotividad y sacralidad que nosotros sólo podemos juzgar como criminal.
Lo cierto es que la Última Cena de Jesús con los discípulos se repite desde ese día en cada misa, en cada iglesia, capilla y espacio donde un sacerdote, asumiendo el rol protagónico, convierte el pan en carne y el vino en sangre mientras los feligreses pasan por ser los discípulos de ese maestro. Lo único distinto a esa primera vez, quizás sea la ausencia de Judas Iscariote, papel que seguramente, en las primeras misas nadie quiso asumir y ese olfato fino de gran publicista que siempre tuvo la iglesia prefirió hacerlo a un lado.(Agregado en 2013. No hay caso el poder clerical me nubló la vista: Judas Iscariote somos nosotros, los feligreses; esa culpa que nos tiene atado como una bola de presidiario. No, si San Pablo supo cómo traer al redil a los esclavos, haciéndolos prisioneros de su propia carnalidad.
Este largo prólogo en realidad quiere llegar a expresar que el hecho de esa ultima reunión tuvo un ilustrador a la altura de las circunstancias. No fue la única representación pictórica, por supuesto, pero para los occidentales al hablar de la Ultima Cena no podemos dejar de asociarla con el fresco realizado por el gran Leonardo Da Vinci.
Es tal esa impronta estética en nuestra mente que como veremos a continuación artistas, diseñadores y también publicistas se valen de ella para contarnos algo nuevo sobre esa vieja y Ültima Cena.

Esta es la Última Cena de Luis Buñuel de su película Viridiana,
filmada, aunque parezca mentira en España en 1961, o se la España de Franco.


Esta es la de Los Soprano

Voy a seguir en otro momento porque incluir las fotos me tiene loco y tengo miedo de darle una patada a la computadora)


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