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martes, 23 de junio de 2015

80 años no es nada



Dos recuerdos:
Una de las últimas presentaciones que hizo Hugo del Carril fue en el Teatro San Martín. El cantor fue acompañado por tres guitarristas que hicieron de teloneros antes de la salida del maestro del Carril. El trío interpretó dos temas y uno de ellos era un tema de Gardel. La presentación de esos guitarristas que yo los coronaría con todo lo que ello vale para el tango de guitarreros fue: Vamos a tocar un tema del maestro zorzarl don Carlos Gardel. Faltó que lo hicieran doctor y profesor.

La segunda es un nota publicada en un suplemento especial dedicado a Carlos Gardel por La Maga,  donde uno de los redactores o diseñadores de la revista contó que cuando era chico la maestra les hizo buscar palabras en sus diccionarios y él encontró la palabra Zorzal y sorprendido pensó "Uy, un pájaro que se llama como Gardel". 

Bueno, y ya que estamos Fábula para Gardel del maestro Ferrer


Ayer me preguntaste, hijito mío,/por primera vez,quién es/ese Gardel, ese fantasma/tan arisco,empecinado/con seguir guardado/en la cueva con asma/de su disco polvoriento.
Lo que yo sé,te lo cuento:/algunas veces,cuando te has dormido,/las noches en que hay pena llena,/se aparece ese escondido duendo, medio juglar y medio loco,para matear con tu padre y conversar un poco.
Ah, si lo pudieras ver con su sencilla elegancia fantasmera,a saber:en una chalina ligera de plumas de torcaza sola sus hombres arrebuja.El traje es de cuerdas de guitarras españolas que alguna bruja ñata y hippie le ha tejido.
La corbata es de claveles encendidos,para abrigar los cascabeles de su voz.Y dos zapatos, muy de peregrino,que no son zapatos, sino que son caminos.
¿Qué en dónde nació? Hijo mío, ¡qué se yo!De acuerdo a lo que el mismo me ha contado,parece que nació trepado a una veletaniña que apuntaba al Sur;y que un poeta y un gallito de riña y un augur le enseñaron a vivir y a sonreír.
Será por eso que salió un poco travieso¿viste?como vos y, como yo,un cachito triste.
Su sonrisa,hijo, es una pícara y honda y rar araya de tiza iluminada con luz de la otra cara de la luna.
Y canta, canta,canta con su voz de siete gritos,pero canta, siempre, con ese humilde modode quien tiene, por sabio, en la garganta,dos ojitosque han visto, ya, del hombre, todo, todo.
Su canto, te diríaque pareceun claroaljibeen donde crecenlos tangos pibesque no se cantaron,todavía;y, también, aquellos tangos que ya fueron,esos que escriben,en el paragolpes de su camión,los camionerosdel Cerro y de Constitución.
Después,el alba ya,a las cinco en punto,se me va. Se va.
Y, tal vez,en su forma melancólica de irse,se adivina, un cacho,que ese duende, tan muchacho,entiendemucho de un asuntomuy sumamente serio, que es morirse.
Ayer me preguntaste, hijito mio, por primera vez,quién esese Carlitos, ese fantasmatan arisco,empecinadocon seguir guardadoen la cueva con asmade su disco.
Y entonces te contécuanto sabía-
Mas hoy, mirándote,pensándote,besándote,sé un poco más.Y es que el hijodel hijode tu hijo, un día,un día de Junio soleado,frío y secoque vendrá,lo mismo que vospreguntarápor él.
Y una calientezafra de ecos,ecos de la voz de nuestra gente,ecos de tu vozchiquito, y de la mía,inexorablemente,contestará:Gardel, Gardel, Gardel.

martes, 20 de mayo de 2014

Posiciones físicas, fracturas psíquicas


Entiendo que hacer zazen pone en juego la entereza y desafía la lucidez de quién lo practica; como también desarrolla la capacidad de observarse y  corregirse; como uno suele hacer en la vida. Prueba y error.

Hacer zazen es un trabajo o si la palabra trabajo se interpreta como una forma de padecimiento, de imposición, la cambiaría por la palabra “ensayo”. Sería algo así como una actividad que demanda un esfuerzo distinto cada vez que se realiza esa tarea. Cada sesión no es igual a la anterior, es distinta, no es repetitiva, aunque la posición de zazen parezca una e inalterable.  A veces, al concluir el zazen uno siente que todo transcurrió correctamente y, otras veces algo falló, algo dolió, algo dispersó la mente hacía quién sabe dónde, y ese momento, ese error, aunque parezca perdido es el más valioso en la práctica que cuando todo estuvo bien y aparentemente fluyó sin inconvenientes. No se trata de reivindicar el sufrimiento como una forma de enseñanza, pero en zazen pareciera que la ganancia la ofrece el inconveniente que sigue exigiendo todavía algo más para descubrir en uno y para uno.
Ya que no hay un lugar donde llegar, una meta que alcanzar, la práctica es una función continuada, como eran los cines en los 40 y 50. Aunque debe aclararse un punto fundamental, ya que al citar espectáculos y el cine puede prestarse a confusión: adoptar el zen es también una manera de abandonar el rol de espectador de la vida, uno se vuelve protagonista.
Un camino sin final. Por eso el publicitado satori es en realidad un parador en el camino al que se le debe temer más que desearlo, porque puede ser una tentación para creer que ya no hay nada más que buscar. 

O sea: Zazen es como el ensayo de una obra que no se va a estrenar nunca y cuando fallo es cuando más puedo aprender.

Una vez me contaron cómo los directores norteamericanos preparan la puesta de un musical.
El director les indica a los artistas cada movimiento en el escenario, la cantidad de pasos, las posiciones, hasta los gestos, puntuaciones y silencios del texto. Es un dictador que obliga a obedecerlo tanto en los cuadros musicales como en los dialogados. Al principio los artistas deben ceñirse a ese plan sin expresar la menor resistencia ni queja. Me recuerda el voto que San Ignacio impuso a sus hombres “obedecer como cadáveres”. Tan bien o tan particularmente respetada esta promesa que siempre hubo algún Jesuita detrás de los cambios sociales, las revoluciones o los grandes tembladerales de la historia. Obedecer como cadáveres en un film de muertos vivos. Pareciera que una exigencia extrema lo lleva a uno a asimilarse con lo contrario. Y esto lleva a dos versos de una la milonga de Atahualpa Yupanqui, Los Hermanos, que definen, para mí, la dinámica del zen: Cuando parece más cerca es cuando se aleja más.

El zen, en su aparente quietud, no deja de ser un destructor de absolutos y de toda la parafernalia que hemos aprendido como hijos y como seres sociales.

Volviendo al musical:

Finalmente, cuando el bailarín-actor asimila mecánicamente las propuestas del director, éste los libera, les permite que improvisen.
El zazen no posee la dinámica externa del musical, pero sigue la idea de un cuerpo que al adoptar una posición dada le sirve de cause al río de la mente y ésta, a su vez, impacta sobre el cuerpo en una dialéctica transformadora y beneficiosa para ambos.

En la posición de zazen se “actúa” la posición propuesta por el maestro, -los maestros-, y en las continuas sentadas el zenista alcanza con su cuerpo y su mente la mejor posición que se ajuste a las profundas necesidades de su realidad, tendiendo al bienestar de sí mismo.

O sea: mi cuerpo y mi mente buscan encontrarse para que ambas fluyan en su mejor sentido. Sólo eso. Pero tanto el cuerpo como mi mente son algo elástico, flexible y modelable, situación aprovechada por nuestros padres, por la sociedad, por cualquiera. El zen es una buena propuesta para modelarse pero a sí mismo.

El zen rechaza las posiciones rígidas, o los pensamientos rígidos. A primera vista no lo parece, pero el zenista está en ebullición, diría a punto de estallar y no lo hace, pero lo busca. Este gataflorismo es necesario para no anquilosarse y tampoco para no destruirse.

Un ejemplo de todo lo contrario al zazen lo representa el  sistema propuesto  por el doctor Daniel Gottlob Moritz Schreber, un médico ortopedista que suponía que el cuerpo debía adoptar (alcanzar) posiciones correctas, verdaderas; agregaría absolutas para su buen desempeño social.

 Para eso, ideó una serie de aparatos correctores parecidos a artilugios de tortura medieval, donde debía colocarse a los niños, así sus cuerpos se ajustaban a lo que la sociedad alemana de su época consideraba lo correcto. Schreber estaba convencido de que corrigiendo la posición corporal se sanaba cualquier desviación social. Con esta idea diseñó unos arneses que sostenían el tronco para mantenerlo erguido a la hora de comer, unas fajas de hierro para enderezar la columna y correas que sujetaban las manos, tanto de los varones como de las niñas, para impedir que al estar acostados en la cama se tocaran su sexo y pudieran masturbarse.
En la actualidad, con el nombre de Schreber (refiriéndose al padre) se denominan unos espacios verdes donde las familias pueden pasar los fines de semana en contacto con la naturaleza.
Pero a nivel internacional, Moritz Schreber, es más recordado por haber sido el padre del juez Daniel Paul Schreber, cuya enfermedad es un buen ejemplo de los efectos que tenían los aparatos de su padre en una criatura.

La fama de Daniel Paul Schreber le debe mucho a Sigmund Freud que realizó un estudio sobre su autobiografía, titulada “Memorias de un enfermo de los nervios”. Lo más interesante de este texto es que Daniel Schreber cuenta su enfermedad desde la enfermedad misma, o sea que un loco expresa lo que sufre y piensa desde su propia locura.
Schreber cuenta como un día, poco después de ser nombrado juez de un importante distrito, y estar particularmente estresado sintió que las  fibras nerviosas de su cuerpo se convertían en cables que subían al cielo y, a través de ellos, Dios lo obligaba a transformarse en mujer. Esta transformación, describe, resultaba dolorosísimo, provocándole convulsiones o sumiéndolo en una parálisis estatuaria que se relaciona directamente a los aparatos ortopédicos de su padre.
Otras manifestaciones de su enfermedad era emitir gritos “femeninos” durante toda la noche. Para el bien del afectado y, seguramente, la tranquilidad del vecindario fue internado en un hospicio, donde las cosas no mejoraron para Schreber.
A las aberraciones cometidas por Dios sobre su cuerpo se sumó una serie de vejaciones perpetradas por su psiquiatra. Aparentemente el médico, cuenta Schreber, lo hipnotizaba con el único fin de entregarlo a un grupo de enfermeros que lo sodomizaba en medio de risas y aplausos.

Finalmente su familia decidió realizar los trámites legales para poder disponer de los bienes de Daniel Schreber. Es aquí donde se produjo algo increíble y es que el mismo Schreber asumió su defensa. Y lo hizo justificando su estado al capricho de Dios de transformarlo en mujer y a la picardía de su psiquiatra (y a los enfermeros, suponemos). Con estos argumentos alterados terminó por ganar el juicio. Lo que demuestra que para los alemanes de esa época, próximos a la Alemania hitlerista, un argumento potente y correctamente expresado, por disparatado que fuera, podía considerarse una verdad. Claro, una verdad de esa Alemania que terminaría en manos del peor de ellos.

El ejemplo de Schreber podría servir también para explicar el Japón Imperial que termina en Hiroshima y Nagasaki y donde, de manera todavía más directa, cierta clase de zen, parecido a los aparatos de Schreber padre, se volvió un instrumento de ideas tan rígidas como las de Schreber.

Otra posibilidad que veo en el zen es su condición de ser liberador para quien lo practica. Siempre y cuando se asuma que liberarse es un estado donde se construye paso a paso la realidad, sin prejuicios ni sujeciones, pero atentos a la responsabilidad que conlleva ese hacerse mientras se vive.

Algo más: la práctica del zazen permite vencer el miedo que es el principal enemigo del ser humano para su desarrollo en libertad.



domingo, 11 de agosto de 2013

Un proyecto: Construir un centro de meditación alrededor de una réplica de Stonehenge.

Este es un proyecto que espero poder cumplir en poco tiempo. En una primera etapa se realizará este monumento megalítico que servirá como centro de meditación individual o masiva, como también para desarrollar recitales musicales, puestas teatrales , charlas o cursos. En una segunda etapa se construirá una sala cerrada donde se podrán hacer las mismas actividades pero al resguardo del frío. Estos dos espacios estarán rodeados de las viviendas de quienes construyan y habiten el lugar. Las instalaciones tendrán un centro de recepción de visitantes con bar y tiendas para la comercialización de alimentos, recuerdos y otros objetos. Otros terrenos serán utilizados para recreación y cultivo de alimentos. El lugar de la construcción de este centro de meditación todavía no se ha decidido pero debe encontrarse en terrenos alejados de las grandes ciudades.

sábado, 10 de marzo de 2012

El llanero solitario y su compañero Toro, y ¡Qué Toro!


Esta es la primera imagen de la película sobre el Llanero Solitario que se está filmando en Estados Unidos. El llanero está interpretado por Armie Hammer pero lo más sorprendente es la caracterización de Johnny Depp, como Toro, para quienes como yo vimos la serie en televisión aquí en la Argentina o Tonto, para los norteamericanos. Lo que no recordaba es el nombre de Toro: Potawatomi.
La música del comienzo del llanero también me encantaba y años después supe que era la obertura del Guillermo Tell de Rossini.

El recuerdo del Llanero me trae a la memoria la que para mí fue la primera serie de vaqueros (así le decíamos, como a los jean) que se vio en la televisión argentina: El Cisco Kid que era un mexicano vestido de negro y su compañero era un gordito llamado Pancho.(Por favor lo que es la memoria : el nombre de Pancho me salió sin pensarlo, no como un recuerdo si no como si de la cabeza me hubiera caído la ficha) Algo más al terminar cada capítulo unitario de 25 minutos Pancho o el Cisco le decía algo así como "Oh, Cisco", "Oh, Pancho." Internet viene en mi ay uda:


Encontré una foto y una serie de fanáticos de Hispanoamérica. La serie tuvo seis temporadas desde 1950 a, supongo, 1956, el año de mi nacimiento, sumando 156 capítulos. . En casa la televisión ingresó durante el gobierno de Frondizi porque me acuerdo perfectamente de su imagen durante un discurso al país, así que habrá sido en el 59 ó 60, tal vez 61
De esa época, me acuerdo de otra serie: Patrulla de caminos.

domingo, 12 de febrero de 2012

EN EL PAÍS DE NOMEACUERDO. María Elena Walsh

(No sé, al volver a leer esta canción de mi infancia de esta genia, comprendí, por fin, muchas cosas) (Habrá que releer toda su obra calificada de infantil)

En el país de Nomeacuerdo

En el país de Nomeacuerdo
doy tres pasitos y me pierdo.
Un pasito para aquí,
no recuerdo si lo di.
Un pasito para allá,
¡Hay que miedo que me da!
Un pasito para atrás,
y no doy ninguno más.
Porque ya, ya me olvidé
donde puse el otro pie.