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domingo, 31 de julio de 2011

Volviendo a Misa para que los pianos vuelvan a hacer música



Yo lloro durante las misas. Ayer fui a misa y lloré. Hacía cerca de diecisiete años que no iba a misa. Mi hija había decidido convertirse al cristianismo y en esos tiempos nos veíamos dos veces por semana y uno de esos días era un domingo. Ella recién convertida, después de pasarse dos años, uno para ser bautizada y otro año para tomar la comunión, quiso que la acompañara a una iglesia. Fuimos. Diecisiete años atrás ya iba poca gente a las misas y nos ubicamos en un banco. De pronto, aparecieron no un cura -como era de esperar-, sino seis, tal vez fueran tres y ahora me engaño pensando que eran tres, pero eran muchos curas para una sola misa. No voy a exagerar diciendo que había más curas que feligreses pero debía haber unas quince personas contándonos nosotros, en ese inmenso lugar pensado en el pasado para darle resguardo espiritual a cientos de creyentes y no a los pocos viejos o perturbados que ese domingo se paraban y arrodillaban a la orden del misal. Hasta ahí todo estaba bien porque era lo previsible, pero el problema fue cuando comenzó la misa y ahí si me ocurrió algo raro comencé a llorar. No podía impedirlo un llanto intenso me salía sin que pudiera impedirlo. Mi hija comenzó a codearme... Ella sabía que yo era ateo, así que tomó mis lágrimas como un acto absurdo para arruinarle su misa. Todo esto lo pensé después pero en ese momento no podía parar de llorar. No les digo nada cuando uno de los curas levantó el cáliz y los otros extendieron sus manos derechas con los dedos extendidos, como si de ellos salieran rayos dirigidos hacia la copa donde dentro (recordaba el catecismo) seguramente se estaba transformando el pan en el cuerpo de Cristo. Ahí mi llanto se volvió más y más ruidoso y mi hija me miró sería y me dijo que "me dejara de joder". Para ella estaba simplemente sobreactuando o, como le ocurría a mi abuela paterna cuando veía conmigo Titanes en el Ring pegaba unos gritos de angustia terribles y se tapaba los ojos como si realmente los luchadores se estuvieran partiendo sobre la lona del ring, entonces yo, chiquito y todo le advertía: "pero abuela no te das cuenta que está todo preparado, no se lastiman, saben caer".
Y mi hija, durante esa misa, de alguna manera me estaba diciendo lo mismo: "no te das cuenta que todo está preparado, que todo es una representación". Pero para mí, bah, para mí a los siete años no era una representación, era real: Dios andaba sobrevolando la iglesia y las ostias se volvían carne y el vino sangre.
Diecisiete años después, ayer, volví a una misa. Había todavía menos gente que la otra vez. Y cuando pasaron la manga la gente dejaba monedas de centavos. Daba lástima todo. Las imágenes de los santos siempre tienen caras de aburridos, o me parece a mí, pero la sensación que me dieron es que tienen cara de hastiados, de no soportar más estar fijos ahí para algo que cada vez menos gente se cree. Pero ayer, decía, comencé a escuchar la misa y casi sin proponérmelo a repetir lo que los demás decían. Recordaba casi toda la misa. Pero no tenía ganas de llorar. Esta vez había ido a la misa a acompañar a los padres de una amiga que murió hace un mes. No necesitaba la misa para llorar o llorarla. Y traté de aguantarme todo lo posible porque en situaciones como esa uno no quiere ni mirarle la cara a los otros amigos, y menos a los padres y familiares, uno no quiere parecer que sufre más que ellos, pero sufre y cómo... De pronto, la recordé a Claudia y pensé que ya nadie tocaría como ella las teclas de su piano y tuve ganas de creer que se fue a un lugar donde escuchan música, o mejor, hacen música y quizás hasta Dios se parece a Charly García y tocan juntos y ella está feliz, muy feliz, con esa felicidad que se merece la gente como ella.