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martes, 22 de mayo de 2007

Piluso, Karadagian y Peucelle

Hoy lo ví al Ancho Peucelle caminando al lado mío. Cuando lo tuve cerca quería sonreírle, saludarlo. Pero él, atento o tímido, o las dos cosas, bajó la vista. Se ve que me caló como un viejo de esa época que al acercársele se babean y, peor, hasta deben emocionarse hasta las lágrimas. Es posible que Peucelle nunca haya entendido su fama y además, seguramente, en su larga carrera con Karadagian, no le haya caído nunca bien el Campeón del Mundo. Yo conocí a Karadagián gracias a Olmedo, en realidad gracias a Piluso. Fue una mañana inolvidable. Cientos de bañaderas (unos omnibus sin techo que realmente parecían bañeras) se estacionaron frente al Patronato de la Infancia para llenarla de chicos huérfanos y pelados. En esa época a los huérfanos los pelaban. Me contaron, no sé si es cierto que antes de que Evita se hiciera cargo de los pobres y desposeídos, a los chicos los pelaban y los vestían con unos delantales grises. Pero cuando llegó ella, prohibió que se los pelara y ordenó que cada chico tuviera su propia ropa. Después de la Revolución, se tomaron venganza con los huérfanos y los volvieron a pelar y a uniformar con esos delantales horribles. Bueno, los subieron esa mañana a las bañaderas (no le decían bañeras que hubiera sido lo correcto, sino bañaderas) y los llevaron al Luna Park donde se desarrollaría la que para mí fue la mejor pelea de cacht del mundo: El enfrentamiento entre el Capitán Piluso y Karadagían. Dicen que en esa época Karadagían no era conocido en televisión y después de esa pelea comenzó Titanes en el Ring. Lo cierto es que la pelea, como yo la recuerdo, la ganó Piluso pese a que varias veces se escondió debajo del ring. No puedo olvidarme de esa pelea, como no puedo olvidarme de la pelea entre Bonavena y Muhamad Alí, o la de la Alí en Africa... Pero la primera, la más contundente y la más hermosa fue el enfrentamiento del Capital Piluso contra el campeón del Mundo Martín Karadagián...


viernes, 4 de mayo de 2007

Wittgenstein y el Zen de Hernán García Hodgson



Momento de inicio

Cuando el verbo no existía, el hombre moraba en la tierra y recibía en silencio los poderes de la naturaleza, y sin com­prender aún su ley, se avenía a ella. Todo era silencio apaci­ble. El ser fluía haciéndose uno con el universo. Luego, la palabra irrumpió y el hombre se hizo poderoso. La palabra advino y el ser se agitó y ya no fue apacible. Y recibió a la naturaleza sólo para doblegarla, para servirse de ella. La con­tinuidad del ser con la tierra se interrumpiría para siempre. Vinieron luego los dioses oscuros y la luz se llenó de tinie­blas. La palabra copuló con el silencio, y de esta unión se engendró el sempiterno abismo que a ella se encadena. Desde entonces, librando entre ellos secreta guerra, uno no pudo ya existir sin el otro. La palabra mató a la cosa y el sím­bolo la tomó en su relevo. Desde entonces, el hombre se hizo menesteroso de sentido y trascendencia, y buscando la pala­bra, sólo acudió a él silencio.
Este saber no sabiendo es de tan alto poder, que los sabios arguyendo jamás le pueden vencer; que no llega su saber a no entender entendiendo, toda denda trascendiendo.
San Juan de la Cruz
La diferencia entre los animales y nosotros, es que ellos saben lo que tienen que saber, nosotros no.
F. Pessoa
The unspeakable and the Buddbist ]apáñese Zen have a common essence: an attracüon for the mystical that Wittgenstein felt, wbicb was provoked by an illuminating and indescribable experience that comes from trying to capture rvhat is essendal in Ufe.
(Lo indecible y el Budista Zen japonés comparten una esencia común: una atracción por lo místico que Wittgenstein sentía y que fuera provocada por una ilumina­ción y una indescriptible experiencia que procede del intento por capturar lo que es esencial en la vida.)
Especie de presentación de Wittgenstein y el Zen de Hernán García Hodgson.