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miércoles, 28 de octubre de 2009

El secreto de sus ojos

Es interesante ver como Campanella le da impulso a una situación sin preocuparse demasiado por el asunto que la origina. Es un recurso muy utilizado por los guionistas norteamericanos, y también los guionistas que saben que no vale la pena detenerse en explicaciones. Los de ahora y los de siempre. El sabe que el público es agradecido con quienes no se extienden en explicar las cosas tratando de ser verosímiles y sólo logran enturbiar y aplomar la historia. En El secreto... necesita rápidamente conectar a la víctima con el asesino entonces como el tipo aparece en dos fotos y la mira con extraña intensidad y ya está, no es necesario más para que comience una persecusión que luego sabremos durará décadas. Igual con la sorpresa que se llevan los protagonistas al enterarse de que todo el esfuerzo realizado para hacer justicia fue inútil. No se mete a explicar demasiado la época pese a que no se trata de una situación ocurrida durante la dictadura sino en el tramo final de la democracia setentista donde, como en la película, parecen haberse liberado todas las fuerzas del mal y quedamos la mayoría en medio de un tiroteo. Esta imposibilidad de ordenar la vida que sufrimos durante esos años y aún continuamos padeciendo, explica un final que parece expresar un deseo colectivo incumplido, aún hoy que se reiniciaron las causas contra los genocidas pero, sentimos, que eso no termina de explicar ni castigar todo lo ocurrido.


Esa economía argumental que ofrece Campanella como guionista y luego plasma con mano maestra como director y montajista de su obra, hacen de El secreto de sus ojos una de las mejores películas de este año y quizás la mejor de la filmografía de este director.

Una aclaración: esta película no es una historia de acción, ni un policial ni un drama como vi que por ahí la catalogaban, más bien se trata de una película de amor. Expósito ve el amor inextinguible en el pobre viudo de la chica pero no puede percibir él suyo hacia la abogada que interpreta Soledad Villamil. La película comienza justamente con el momento más intenso de esa pareja: cuando se separan por años y luego, cuando vuelven a evocar esa partida a través de lo escrito por Expósito en su novela, ella le reprocha porqué no tuvo el valor de llevársela. El recién entonces parece darse cuenta de algo que en realidad es un juego de desencuentros que jugaron y seguirán jugando los dos. Creo, que a esa situación le faltó un doble remate donde Expósito le recordara que ella tampoco hubiese tenido el valor de irse con él.

La gran secuencia de la Cancha de Racing supongo que quedará en la historia del cine argentino como el fallido salto del muro de Juan Moreira, el protagonista de Hombre mirando al Sudeste dirigiendo la novena sinfonía en Parque Lezama, o el fantástico asalto con escarapela e Himno Nacional incluído, de Un oso Rojo de Caetano.

Algo más sobre el guión: qué bien dosificado el humor y qué bien que está Guillermo Francella, no sólo en sus microintervenciones atendiendo, en realidad desatendiendo un teléfono que suena y al que el empleado judicial que interpreta contesta cualquier disparate. Uno que recuerdo... "Hola, Banco de Esperma, oficina de préstamos". Pero también sobresale interpretando a ese patético alcohólico con una maestría que pide más trabajo de Francella como actor total y dejar de encajonarlo como comediante o peor, cómico. Igual que Darín, Francella demuestra que como es un gran actor puede transitar de ida y vuelta el camino que va del drama a la comedia.

Pablo Rago, Soledad Villamil están muy bien y también un actor que -pobre- ya quedó escrachado como el Don Carlos de la propaganda del Ministerio de Trabajo y le costará sacarse de encima que por ejemplo exista una página en Facebook con varios cientos de miles de fans titulada Don Carlos Pelotudo y sea su foto la que la encabeza.