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lunes, 15 de diciembre de 2008

Unos pequeños pasos


Cuando llegamos al mundo nos enchastran los pies con tinta. Este sistema para identificarnos no existía cuando yo nací. En nuestra época nos ponían una pulserita con el nombre y el apellido de nuestros padres. Los tiempos cambiaron y la desconfianza debió crecer. Supongo que habrá habido padres que elegían hijos lindos y los cambiaban por los propios. ¿Más lindo? No creo porque cuando nacen a uno le parece que esa pelota hinchada, colorada y con moretones de tres round de castigo es la cosa más hermosa del mundo. Estos son los pies de mi hija. Pata ancha de Tehuelche la criatura pese a que su madre es blanca, rubia y de ojos celestes y yo castaño, el clásico mediterraneo de abuelos andaluces, catalanes, romanos y unas gotas de un abuelo alemán ario ario, sólo que el viejo pobre nunca fue nazi, porque se vino antes del 33 a la Argentina y tampoco le caía simpático el cabo austríaco; parece que admiraba al Kaiser Willhem. Comento esto para que no parezca que le hecho la culpa a mi pobre abuelo de lo que voy a contar. pero la sangre debe tirar. Apenas nacia mi hija escuché este comentario "¡Qué lastima que la nena no salió rubia como la madre!". Alguien agregó: "Lo importante es que salió sanita". Lo dijeron al lado mío sin ni siquiera preocuparse por pensar que podía molestarme semejantes palabras. No me sorprendieron para nada esas palabras las había dejado caer mi madre, la abuela de la nena e hija y nieta de alemanes. En realidad estaba diciendo: "¡Qué pena!: la nena salió más parecida a mi hijo que a la madre! Por suerte no ocurrió ésto. La nena es una mezcla proporcional de lo mejor de la madre y lo mejor que tengo yo: si es que se puede contabilizar como cualidades el amor por el vino tinto, las películas, los asados, bailar, reír, las sierras y caminar. Ya en el terreno de los defectos tengo cierta testarudez en trabajar en lo que quiero, de vez en cuando, muy de vez en cuando. En esto la nena algo heredó porque primero quiso saber cuál era su vocación, cuando la descubrió se puso a trabajar como una esclava en aquello que ama. Y en eso yo no soy tan fanático como ella que tiene una constancia que tal vez provenga de lo mejor de la madre, como la belleza de ella, y no de mí. ¿Qué más puedo agregar? Estoy orgulloso de la nena que hace más de diez meses estuvo viviendo afuera y en estos días regresa, me aseguró, para no volver a viajar. No saben cómo la extraño, creo que en estos meses no viví, no pensé como es debido, no dejé pasar un momento sin pensar en ella y extrañarla. Es que estas ausencias hacen que uno respire menos aire, duerma intranquilo, hasta se vuelva uno creyente en cualquier cosa para ilusionarse que se puede manejar los destinos de los otros a control remoto. Eso es amor, verdadero amor. Lo demás son metejones, calenturas, risas porque sí. Sorpresas y también desengaños. Es así.

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