sábado, 15 de marzo de 2008
Grandes y nuevas emociones
El vecino de la sierra estuvo un largo, largo tiempo encerrado en el valle realizando trabajos manuales. Corrigiendo lo que terminó siendo unos 7 cuentos que para 18 años de traca traca realmente es muy poco, y nada más. El resto fueron sorpresas leves pero por su nimiedad esas grajeas terminaron estallando internamente casi como milagros. Reencuentros múltiples que además de arrastrarme hacia atrás me sacudió hacia adelante de una manera inesperada. Lo principal fue el reencuentro con una de las personas que me acompañó a esa visita para mí fue iniciática a la casa de Oma en La Cumbre, cuando tenía 16 años, donde pude descubrir que la realidad es una cortina de gasa que al correrla nos descubre otra cortina y otra y otra hasta terminar odiando al cortinero y finalmente descubriendo que las cortinas no se corren si no se saltan volando. Claro que a volar te enseña poca gente. Bueno, la cuestión que a esas reuniones con Oma fui con Gra y un señor alto y flaco que en aquellos años era un joven mayor. Este a su vez, recordaba yo, iba con su amigo escritor y su pequeño hijo. Bueno, me encontré con el joven mayor y resultó ser alguien muy próximo a Krishnamurtti del que me habían hablado pero nunca supe que era ese mismo señor que por esos años él sólo era un abogado que buscaba, buscaba como todos... Oma, quien se escribía con Krisnamurtti debió abrirle la ventana a Juan para todo lo que vino después.
No fueron sólo tres meses de holganza alrededor de algunos trabajos de carpintería, albañilería y jardinería, también tuve que viajar dos veces a Buenos Aires. Menudo trabajo si lo hay. Primero conseguir un pasaje en esos nuevos micros donde uno puede acostarse decididamente como un cadáver, lo que le quita a uno esa sensación que antes tenía de que era un pasajero que viajaba en un micro. Ahora a uno lo ubican directamente en una especie de sarcófago como un cadáver para, supongo, ahorrarle el trabajo a los bomberos, dada la frencuencia en que esos monstruos de las rutas, vuelcan, se hacen pomada contra un camión o, como ocurrió desgraciadamente hace poco, ponen al volante a un ser discapacitado para ver que se acerca un paso a nivel y peor, un tren, y además de no ver, no escucha la campana de la barrera, ni el silbato del tren, en fin, uno sabe que un viaje de esos es casi un suicidio, así que, como suele ocurrir cuando la posibilidad de matarse es real y no simple elucubraciones de un paranoico, duerme como un lirón... De esos viajes hice dos, además del tercero de regreso por lo tanto tenté al destino, entre idas y venidas, seis veces. El primer viaje intermedio para firmar unos papeles y el siguiente para estar con la Cachita que me sorprendió con su regreso a tierra Azteca.
En el segundo viaje pude presenciar la versión de la Señorita Julia de Strinberg que dirigió Claudio Ferrari... Ubicó la acción en el 57, donde el encuentro de la señorita finoli y el chofer, mucamo estaba rodeada de una atmofera de silencios... tres años después de la caída de Perón. Bah, los vahos, siempre, del resentimiento y el deseo insatisfecho dando vueltas hasta que uno enciende al otro.. La puesta me gustó
Volviendo a los reencuentros, sin duda el que tuve con Leni Riefenstahl fue el más conmovedor. Hacía añares que no nos veíamos y hasta donde yo recordaba ella era mayor que yo, pero realmente su aspecto era el de una persona menor a mi en unos diez o quince años . Un milagro más que seguramente le deben mucho a sus largas temporadas dentro de un refrigerador. Fueron tres semanas de caminatas por los Cerros, el Zapato, la Toma, viajes de aquí a allá donde ambos nos sorprendimos de nuestra vitalidad y sobre todo de la posibidad de caminar subiendo piedras y al mismo tiempo no perder el aliento hasta caer rodando pidiendo un tubo de oxígeno. Es cierto que en algunos momentos me faltó aire, pero un caballero como yo, frente a una dama como ella, bien puede aguantarse las ganas de respirar durante cinco y hasta diez minutos. Es cierto que eso me provocó leves lesiones cerebrales que se sumaron a las anteriores.
El incendio del cerro también fue una experiencia digna de ser mencionada. De noche, el Uritorco parecía una pared de fuego y humo, y aunque uno sabe que la distancia que lo separa de las llamas es mucha, ¡te la regalo!. Por suerte, llovió y el incendio paró. El problema es que siguió lloviendo y lloviendo hasta que a los capillenses les crecieron membranas entre los dedos y branquias junto a la yugular. Quizá esta acuatización termine por darle algún uso al dique El cajón que está ahí muerto de risa.
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